Me tenía alienada, pero
él no daba signos de querer ser mío y yo con caricias no me lo
ganaba.
-Llevamos tantos años
¿Cuándo te darás cuenta que estoy muriendo por ti?- emitía yo con
desesperación contenida.
-Sabes que no busco una relación de noviazgo…
-Entonces ¿Por qué sigues aquí?
-Porque me la paso bien contigo, nadie nos está obligando a estar juntos ¡ya no me preguntes más por eso!
-Sabes que no busco una relación de noviazgo…
-Entonces ¿Por qué sigues aquí?
-Porque me la paso bien contigo, nadie nos está obligando a estar juntos ¡ya no me preguntes más por eso!
Yo lo conocía más que
él a sí mismo, sabía cuándo mentía por la forma en que
parpadeaba y esperaba unos segundo en responder, sabía cuándo algo
lo disfrutaba demasiado que lo hacía dudar de la decisión de querer
estar solo para siempre; como cuando le cocinaba lo que a él tanto
le gustaba o cuando planchaba su ropa en las mañanas antes de irme a
trabajar. Todo lo que hacía por él era porque lo amaba (aunque él
a mí no) pero todo eso me pesaba tanto.
Él era mi martirio a
diario, lo conocí un 13 de algún mes, nunca habíamos hablado antes
sino que ese mismo día tuvimos sexo en el que era su refugio y desde
entonces jamás salió de mí, salvo cuando peleábamos por alguna
chica con la que se aventuraba y él amenazaba con irse para siempre
pero terminaba regresando al día siguiente o esa misma noche.
Yo no confiaba en él,
era tan volátil, tan voluble, tan libre; odiaba que creyera tener la
razón, odiaba que dejara su ropa tirada por toda la casa, que
supiera que era hermoso y que estuviera completamente seguro de ello,
aborrecía que todos los días escuchara las misma canciones,
detestaba cuando alardeaba con los demás y peor aún era para mí
que no recogiera su plato al terminar de cenar.
-¡Sólo pido que
levantes tu plato, es lo mínimo que deberías hacer! Yo plancho,
aseo la casa, lavo el baño, cocino…¿y tú? ¿Dime qué haces
tú?
-¡Yo hago mis cosas!
-¡Yo también, estoy en la maestría, tengo tareas y pendientes de más!
-¿Qué quieres, un hombre abnegado y sumiso que esté pegado a ti 24x7? ¿Ah? ¡Discúlpame pero yo no soy ese hombre que tú buscas!
-¡Yo hago mis cosas!
-¡Yo también, estoy en la maestría, tengo tareas y pendientes de más!
-¿Qué quieres, un hombre abnegado y sumiso que esté pegado a ti 24x7? ¿Ah? ¡Discúlpame pero yo no soy ese hombre que tú buscas!
Era el cuento de no
acabar, podía estar muy enojada con él hasta estallar y levantar la
voz, pero siempre sacaba su mejor arma…hacerme sentir mal. Eso me
partía el alma, era jugar sucio pero a pesar de todo terminaba
dándole un abrazo tan fuerte con todo mi amor para poder exprimir
completamente de él su mala actitud. Deseaba que fuera diferente.
Sobre todas las cosas
(aunque en su soberbia él nunca lo admitiera) disfrutábamos el
mejor sexo de nuestras vidas: probábamos, sentíamos, olíamos y
todo cada día o noche era diferente y extraordinario. Tanto, que los
vecinos sabían santo y seña, no podían dormir. Y aunque al
principio sólo era carne y hueso, después había un poco de ilusión
manchando nuestros pechos, un poco de amor dejando huella en sus
labios. Pero al final era sólo eso, un poco.
Había tiempos en que
éramos felices, olvidaba todas mis dudas hacia él y mis peores
pesares cuando dormía a su lado; él no se daba cuenta pero en las
madrugadas se aferraba a mi pecho como si nunca quisiera alejarse de
mí. Procuraba que comiera bien, todas las mañanas le preparaba el
café como tanto le gustaba y le compraba sus cigarrillos favoritos.
Se enfurecía cuando me
reía por cierta plaga de hormigas que tenía en nuestro cuarto que
terminaban infestando la comida que dejaba sobre un buró para no
comer en la cocina, porque le temía a la soledad aunado a la
oscuridad. Él terminaba quemando a las mal aventuradas con vapor
caliente de la plancha y gruñendo palabras indecentes entre dientes.
Diversión siempre tuvimos: yerba, música, risas, aún con lo que
odiaba de él todo era perfecto.
Pero también esos días
en que estaba muy cansado y se sentía presionado por la escuela y
pasaba horas y horas frente al monitor, preocupado por sus deberes;
esos días también disfrutaba no molestarlo, observar lo bello que
era y el talento y perseverancia que tenía en todo, hubiera podido
ser el hombre completo para mí. Éramos tan parecidos, nuestros
complejos, prejuicios y traumas eran los mismos pero nuestros
corazones eran distintos.
-Deberíamos dejar de
vernos.
-Vives aquí, ya eres parte de mí ¿Cómo quieres que te deje ir? ¿Dónde irás?
-Sólo digo que no quiero enamorarme, quiero estar con alguien que me dé seguridad y estabilidad- ...Mi corazón se terminó de romper.
-¿Y yo qué te he dado? ¿No he demostrado que puedo darte todo lo que necesita tu ser?
-Nena tenemos que avanzar…
-No, tú tienes que avanzar ¿Seguirás siempre durmiendo con cualquier idiota que conozcas en alguna fiesta?
-No lo entiendes…
-Vives aquí, ya eres parte de mí ¿Cómo quieres que te deje ir? ¿Dónde irás?
-Sólo digo que no quiero enamorarme, quiero estar con alguien que me dé seguridad y estabilidad- ...Mi corazón se terminó de romper.
-¿Y yo qué te he dado? ¿No he demostrado que puedo darte todo lo que necesita tu ser?
-Nena tenemos que avanzar…
-No, tú tienes que avanzar ¿Seguirás siempre durmiendo con cualquier idiota que conozcas en alguna fiesta?
-No lo entiendes…
Odiaba todo de él pero
no quería dejarlo ir, quizá me volví dependiente a su compañía,
a su aroma y hasta a sus regaños cuando no contestaba rápido el
teléfono. Quizá yo ya había muerto y quería sentirme viva con un
amor que me inventaba, con un hombre que aunque era mi martirio, era
todo lo que tenía en ese momento. Pobre infeliz.
Alguna mañana tomó una
maleta enorme como mi angustia y un yogurt de mango que había en el
refrigerador, con el pretexto de pasar el fin de semana en casa de su
padre, después de eso jamás regresó. Me quedé con esas hormigas
en el cuarto y con el terrible sabor de la incertidumbre de pensar
que habría pasado si tan sólo ese martirio hubiera tenido un
poquito de amor.
Ayumi Jane.
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