23/3/11

Luna Dorada


Esta vez la luna había sido cómplice de un delito y no un deleite.
Ya había pasado antes: esa sensación de callar las voces que gritaban dentro de su mente. Su cordura se había perdido en algún recóndito lugar de su cerebro y sus demonios controlaban su cuerpo. Sus ojos se nublaron y ya no era la persona que solía ser.

Caminó con la mirada hacia abajo observándose la palma de las manos. Aún no podía creer lo que había sucedido. Tenía una guerra interna de sentimientos que la atormentaban a lo largo y ancho de la calle. No había ningún sonido. No había nadie y, para sus ojos, no había nada solo imágenes que eran flashes en su mente y un hedor que le venía siguiendo, parecía, desde siempre. AL llegar a lo alto de la calle se detuvo a observar la cuidad y sintió la nada a sus pies. Una lágrima recorrió su mejilla hasta caer al suelo y el sonido le pareció estruendoso. Claro! Todo cambió.

Se sentó en la orilla de la banqueta viendo al lado Este de la cuidad. NO había vuelta atrás. Aunque parecía todo igual esta vez el remordimiento y la culpa carcomían su cerebro y su alma y creía que ese hedor venía de su cuerpo que se pudría a cada segundo. La sangre parecía parte de su ropa y en su piel la luna hacía que se viera como si un hoyo negro le estuviera devorando lentamente. Esta vez callar las voces le hizo perder la razón.

Mirando la hermosa luna dorada justo de frente lloró y no quiso despertar jamás.


Edith Rangel

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