3/5/11

Anger

Lo seguí por un largo rato sin perder de vista nada de lo que hiciera. Todos sus movimientos estúpidos e infantiles, cada gesto insoportable, su voz nefasta y arrogante. Una persona desagradable. De pronto, mientras caminaba cerca de él, percibí el putrefacto hedor de su alma y fue ahí cuando tomé la decisión: tenía que asesinarlo.

Él caminaba y yo disfrutaba el deseo que me invadía de quitarle la vida. Con paso débil y borracho se acercó hacía una calle oscura. Yo conocía el lugar. Corrí con un bate en la mano y lo derribé por la espalda. Cuando estuvo en el suelo boca arriba y casi inconsciente de alcohol y del golpe miré por última vez en sus ojos sin alma, sin sentimientos. Me burlé de su destino y de su cara repugnante a mi vista. Le sonreí mientras destrozaba su cráneo.