Una vez más despertaba de mi eterno letargo. Era una de esas noches realmente frías, de esas en las que podías sentir que la piel se te partía.
El viejo cementerio se notaba un poco más triste que de costumbre. Las lámparas del lugar brillaban sospechosamente. todo tan vacío, tan solo...
Al salir caminando, aún un poco cansado, el sonido de las hojas secas bajo mis pies me desconcertaba. Tan sólo se escuchaba ese crujido que hipnotizaba y el leve silbido que producía el viento en las hojas que aún no caían de los árboles. -Ya caerán...- pensé.
-Y ahora ¿qué?
Había caminado al menos unas dos cuadras cuando el hambre comenzó a aparecer. Esa hambre maldita pero a la vez mi único alivio, lo único que me daba paz. Debía alimentarme rápido y decidí que iría al viejo bar llamado "Lord Ruthven". No quedaba muy lejos.
El bar era un lugar patético. La verdad es que no sé por qué me gustaba ir ahí pero lo hacía. Siempre estaba abierto hasta tarde, casi al amanecer. Era el lugar de reunión de jóvenes que mas bien parecían basura humana. El olor a hierba era penetrante igual el de tabaco y alcohol barato. La música agresiva y estridente era tocada a volúmenes intolerables. Se podía ver de todo ahí: darks, punks, ... Basura venida a menos, pensaba yo; pero por alguna razón parecía agradarle a esa pintoresca congregación. Era bienvenido.
Esa noche me senté en mi mesa acostumbrada en la esquina más oscura del bar. Pedí lo de siempre: un café americano. Sólo era un calor grato y el olor que despedía lo era más aún. Claro, nunca lo bebía. No pasaron más de quince minutos cuando una chica se sentó en mi mesa.
-Hola extraño- dijo. No tenía mas de dieciséis años. Vestía toda de negro: un vestido de terciopelo que, a juzgar por su apariencia había usado durante los últimos cinco años. Tenía el cabello negro como mi más bella noche, muy largo y lacio. Su piel blanca contrastaba con sus labios rojos y sus ojos azules. Era muy bonita. Sin embargo, era una de ellos; su mirada triste me lo decía. Una drogadicta, hija de la época moderna, otra alma perdida.
-Hola - contesté después de unos segundos de observarla. - ¿En qué puedo servirte?-
.Madeleine - interrumpió ella con una voz fuerte y segura. - Soy Madeleine y a usted ¿Cómo le conocen?- Su voz era realmente cautivadora.
-Soy Radú, mucho gusto. Pero no ha contestado mi pregunta.
-Usted Radú me recuerda a alguien.
-¿A quién exactamente?
-A Lord Ruthven.
No era de extrañarse pues no era la primera vez que me lo decían. En uno de los muros del lugar había un retrato de un hombre en sus treinta, alto, cabello negro y ojos oscuros vestido con un anticuado traje negro. Una leyenda en la parte inferior que leía: "Lord Ruthven: el vampiro de John Polidori". Sin duda mi parecido con el hombre del retrato era sorprendente y el comentario no me molestaba en lo absoluto. Ordené un café para ella.
-Háblame de ti.
Mi invitación fue aceptada.
Madeleine comenzó a hablar acerca de su vida y su voz era encantadoramente femenina y dulce. "Me fui de mi casa...... las drogas........ el sexo....... en la calle mandan los mas fuertes......". Sus palabras llegaban a mis oídos pero realmente no la escuchaba pues mientras se lamentaba yo recordaba porque mi visita al bar. El hambre me mataba, mi atención estaba fija en su cuello, en esa piel tierna y blanca como nieve. Podía escuchar los latidos de su corazón bombeando sangre una y otra vez por todo su delicado cuello y su pecho de niña-mujer. De manera cortés interrumpí su triste historia para pedirle que me acompañara a caminar al parque que estaba cruzando la avenida. Ella aceptó sin titubear. Pagué nuestra cuenta y abandonamos el lugar.
No habíamos puesto un pie en el parque cuando prosiguió con su historia. Al cabo de unos minutos y mientras caminábamos comenzó a llorar amargamente. Su cabeza encontró mi hombro y mis brazos su cintura. Un poco más adentrados en el parque encontramos una banca y nos sentamos. No se veía ni un alma en aquel oscuro sitio.
-Madeleine, mi vida es trágica como la tuya. Tenemos mucho en común, ¿sabes? Creo que tú y yo haríamos una buena pareja, ¿no lo crees?
Una débil sonrisa comenzó a dibujarse en sus hermosos labios. No pude resistirlos. La besé por unos instantes. Eran fríos como todo su cuerpo. Mientras la besaba con mi mano acariciaba entre sus piernas, podía sentirla húmeda y escuchaba su ronronear. Cuando ya no aguantaba más mis labios pasaron a su cuello y entonces: el beso.
Su sangre corría dulce como la vida misma por mi garganta y vi las imágenes de su corazón. Apenas una niña huyendo de casa, su padre alcohólico, su madre llevaba varios años en la tumba, las calles fueron duras con ella y el frío, el terrible frío.
-Perdóname mi amor. Por favor, perdóname! -
Su corazón dejó de latir.
Despedí su cadáver con un beso en los labios. No podía dejar de mirar su cuerpo flotando en la vieja alcantarilla. Una flor marchita, su belleza ahora alimento para las ratas. No más de una hora fue mía. ¡Demonios! ¡Cómo la hubiera amado!
Siendo aproximadamente las dos de la mañana regresé a mi hogar y el sueño me invadió de nuevo.
Desde esa noche he visto a Madeleine en cada estrella. El recuerdo de su rostro viene a mi cuando despierto y cuando duermo y muero. ¿Por qué tuve que escogerla a ella? Al final ambos éramos hijos de la noche.
Enrique Cedillo.
Para Mi Duende que llegó invadiendo
mi alma de sentimientos
y emociones maravillosas :)
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