4/2/15

Familia.

No quería ir a acostarme, de nuevo mamá me obligó a estar en mi cuarto, ese cuarto que antes no parecía tan oscuro y frío, y yo sólo, o no tan sólo... Mamá repite una y otra vez que ya estoy grande para la luz de emergencia, que los niños grandes se duermen solos, que no hay porqué temer, no hay nada que pueda lastimarme. Uno de esos días, era muy tarde y yo aún no podía dormir (y creo que era tarde porque ya no se escuchaba a mamá dar vueltas por la casa mientras limpiaba la sala) fue el primer día que escuché que  Don Modesto salía de abajo de la cama. Escuchaba como empezaba a jalar su pequeño cuerpo cubierto de una pegajosa y apestosa masa negra clavando sus afiladas uñas en la base de mi cama por lo pesado de su cuerpo. Cuando lograba subir a mi cama jadeando y gimiendo y me miraba de frente yo podía oler todo eso como podrido de sus ropas y su aliento (aunque siempre pensé que era su alma la que apestaba) y ver que sus ojos rojos tenebrosos y profundos se clavaban en los míos. Se quedaba sentado mirándome por horas sin dejarme dormir como queriendo decir algo pero nunca decía nada. Al final me quedaba dormido esperando que saliera algún sonido de su boca y despertaba y quedaba sólo el recuerdo de sus ojos que me intimidaban. Le he contado a papá tantas veces acerca de ello y dice que he estado soñando y que cuando despierte me daré cuenta que no puede lastimarme. Pero yo lo veo y lo huelo y lo siento y se lo digo una y otra vez a mamá y dicen que todo lo sueño, que nada es real. Recuerdo la primera vez que Don Modesto quiso jugar conmigo. Para cuando me terminé de lavar los dientes y mamá me llevó a acostar él ya me estaba esperando detrás de la puerta escondido entre las sombras. ¿Cómo es que mamá no puede olerlo? Le pedí que revisara mi cuarto para asegurarse de que no había nada ahí y ella dijo que era su pequeño valiente y que no debía temer a nada y sin revisar cerró la puerta. Ahí, en la oscuridad que sólo yo conocía lo único que brillaba eran los ojos rojos intensos de Don Modesto que me miraban fijamente. Sin decir nada me sonrió jadeando, caí dormido y comencé a ver imágenes horribles en mi cabeza. Me llevaba a lugares desconocidos llenos de angustia y soledad, me hacía correr y jugaba a cazarme, algunas noches por bosques lluviosos, otras, por bosques llenos de nieve pero la oscuridad siempre reinaba y las tinieblas parecían gritar lamentos. Sentía la lluvia empapándome por completo, las hojas secas, mojadas en mis pies y las ramas arañando mis brazos al correr. Cuando había nieve sentía como congelaba mis pies descalzos y como pasaba por entre mis dedos haciendo más lentos y pesados mis pasos y el viento que cargaba hielo calando mi piel. Trataba de esconderme pero era imposible, siempre me encontraba y cuando ya lo podía oler cerca de mí, casi sobre mí, por diversión me dejaba despertar. Yo ya no quería dormir, ya no quería estar en mi cuarto. Todos mis juguetes me recordaban a Don Modesto, ¿cómo podría lograr que no me mandaran a dormir? Papá seguía diciendo que las pesadillas pasarían, que debía dejar de pensar en eso pero ¿cómo dejar de pensar en que cada noche hay alguien queriendo jugar a que soy Bugs y él, Elmer Gruñón? Papá dice que no puede lastimarme, entonces ¿por qué se siente tan real? ¿Y si sí me puede herir? Los días me empezaron a parecer más cortos y siempre tenía sueño, cuando quería jugar tenía que prender todas las luces del pasillo hasta llegar a mi cuarto para poder sacar algún juguete y primero revisaba que no hubiera nadie ahí para poder entrar. Ya no quería que llegara la noche, mamá me mandaría a dormir sin excusas ni reproches, ni otro cuento, ni otro ratito acostada conmigo y yo tendría que obedecer como siempre. Mamá hacía de cenar, entibiaba mi leche y a la hora de siempre me mandaba a lavar los dientes para acostarme. Mis piernas temblaban y yo deseaba que acabara pronto la noche pero aún iba a comenzar. Mamá venía a taparme y a contarme un cuento para dormir y yo pedía en silencio que cada página fuera eterna para que mamá nunca se fuera pero el cuento terminaba, me daba un beso, apagaba la luz y salía cerrando la puerta tras ella y me quedaba solo de nuevo. Aquella noche lo escuché salir y me miró como siempre y me sonrió pero no como siempre, esa vez pude sentir como me recorría el alma con su mirada y me hizo temblar. Me puso a soñar. Corrí por el bosque con lluvia tibia, escondiéndome entre los árboles tratando de no tropezar, intentando ganar tiempo, como siempre, para que terminara la noche y yo pudiera despertar. Cada vez era más difícil perderlo detrás mío y escuchaba como reía sin poder distinguir por donde venía el sonido, esa carcajada persiguiéndome por todas partes. Llovía cada vez más fuerte y sus risas resonaban como truenos entre las ramas de los árboles. Y ahí entre unos cuantos de ellos me quedé parado sin saber a donde ir ni qué hacer, sintiendo como todo me daba vueltas y no había salida ni escondite alguno, cansado, con los pies quemándome de dolor, parecían mil noches ya las que habían pasado sin que dejara de huir y nunca había despertado. De pronto las risas cesaron, el viento se calmó y paró de llover.  Sin previo aviso Don Modesto saltó sobre mí y me tiró al suelo, podía oler la peste de su cuerpo y lo pegajosas de sus manos se sentían al rededor de mis brazos. Cuando abrí los ojos lo vi riéndose sobre mí. Si lo siento y lo huelo debe ser real, pero papá dijo que no era real. Vi como levantó sobre mi cara su mano con una flecha en ella apunto de meterla en mí. Pero papá dijo que no podía lastimarme...

Ayumi.